Relato de un viaje por China
Por: Anibal Esteban Quiñones Silva
Luego de dos años y medio viajando y trabajando en Nueva Zelanda y Australia, con algunas escapadas al sudeste asiático, ya estoy harto de kiwis y canguros y se que mi siguiente destino será Europa, pero ¿por qué llegar de la manera tradicional en un avión como el común de los mortales? ¿por qué mejor no llegar a Europa de una forma mas entretenida e interesante?
Bueno, esa forma entretenida e interesante, en mi mente, significa hacerlo por tren.
Como ya han de saber, no es posible conectar ninguna de las islas de Nueva Zelanda con Asia mediante ningún tren por razones obvias, así que guiado por esa impulsividad crónica que tanto me reprochan los amigos y familia, me dispongo a comprar un pasaje de avión al que va a ser mi punto de partida: China, el gigante asiático, el Big Boss, la tierra del arroz con palito, dragones y comunismo.
Antes de comprar el ticket, ya tengo en mente un bosquejo de lo que podría ser mi viaje. En un principio la idea es tomar un vuelo hacia Shangai y luego enfilar hacia Beijing. Sin embargo, cotizando precios en el bendito skyscanner me aparece un destino que jamás había oído mencionar, o como decimos en Chile, no lo conocía ni en pelea de perros. Ese lugar se llama Chengdu.
Para ser honestos, al momento de comprar el pasaje ni siquiera sé donde está ubicada geográficamente esta, para mi, desconocida ciudad. Pero nuevamente la impulsividad juega su papel, compro el pasaje a ojos cerrados para 5 días después (350 NZD desde Auckland, escala mediante en Kuala Lumpur) sin siquiera tener la visa de turista para entrar a China. Al día siguiente voy a la embajada China en NZ, entrego los papeles (reservas de hoteles que luego cancelo, lo mismo con el pasaje de salida) y en 3 días me entregan la visa estampada en mi pasaporte. La mañana del día siguiente, triunfante pero prometiéndome ser un poco mas calmado y reflexivo para la próxima vez, estoy volando hacía mi siguiente destino. Por ahora Nueva Zelanda y Australia quedan atrás y con ellas un mar de recuerdos y buenos momentos
vividos, pero eso puede ser materia de un próximo relato.
En el avión, lo normal de una aerolínea low cost, lo que se paga es solo el pasaje, de ahí en adelante se debe pagar por todo. Acepto sus condiciones, solo quiero comenzar el viaje. La escala en Kuala lumpur se me hace bastante aburrida, ya conocía el centro por un viaje anterior (torres petronas, batu caves, etc) por lo que no me parece conveniente salir del aeropuerto esta vez. Son 12 horas eternas.
Ahora empieza lo bueno, vuelo Kuala lumpur-Chengdu. De la totalidad de pasajeros en ese avión yo soy el único no-asiatico. No puedo afirmar que son todos Chinos pero sin duda se acercan a la totalidad. ¿Como saberlo?, fácil, al hacer la fila para embarcar se empiezan a meter entremedio saltándose los espacios, colándose como se diría en Chile. Al principio es chocante pero como a ellos les da lo mismo yo solo veo dos opciones: o me enojo y los encaro, yo contra 200 chinos que no hablan una sola palabra de inglés, o simplemente juego su mismo juego. La ultima opción me parece mas divertida, por lo que a codazos, empujones y patadas voy recuperando mi lugar (no es cierto lo de las patadas…). Gracias a esta aproximación a la cultura oriental soy uno de los primeros en abordar. Una vez en mi asiento soy testigo de una verdadera estampida. Un mar de chinos se aproxima, todos intentando ser los primeros en acomodarse, como si en eso se les fuera la vida, como si los asientos no estuvieran numerados. Como espectador de este cuadro me parece todo muy gracioso, quizás por eso una señora que se presenta como «de Malasia», quizás para diferenciarse, al verme tan entretenido mirando volar maletas, niños, gritos de un extremo del avión al otro, me dice con cara de fastidio «ellos no tienen modales». Eso me causa aun mas risa.
Desde el primer momento en el avión supe que el idioma iba a ser una barrera importante. Con mi precario nivel de chino mandarín que se remite a solo dos palabras: ni hao (hola) y xie xie (gracias) es evidente que no va a ser suficiente. Es en estos momentos cuando me reprendo a mi mismo «debiste haber estudiado aunque sea un par de oraciones básicas, burro!». Ya es un poco tarde para eso. El vuelo es bastante tranquilo excepto por que al parecer mis dos compañeras de asiento no conocen la belleza que se puede llegar a encontrar en el silencio. No dejan de hablar por un solo segundo durante todo el vuelo. Viendo el panorama que se me avecina, unos tapones para los oídos serán una de las primeras compras que haré al aterrizar.
Una vez en el aeropuerto viene la parte que más odio de los viajes: pasar por inmigración. Hago la fila, extrañamente ningún chino intenta colarse, y yo que quería seguir el jueguito. La oficial que me atiende no emite una sola palabra, ni siquiera responde a mi cordial «ni hao». Un rostro carente de toda expresión, una muerta en vida, por un momento pienso que los chinos han desarrollado una especie de robot y lo han puesto a chequear los pasaportes, luego la comprendo, especialmente cuando recuerdo mis peores momentos en la kiwi packhouse en Nueva Zelanda. La oficial revisa mi pasaporte, mi visa, compara mi cara con la foto del
pasaporte y al parecer está todo en orden. Cuando me regresa el pasaporte le lanzo el mejor «xie xie» que podía haber salido de mi boca, ella me sonríe y me guiña un ojo (mentira, de su rostro no se mueve un solo músculo). Al menos he pasado el control sin problemas y ya me encuentro, oficialmente, en la Republica Popular China.
Si algo he aprendido viajando es que el internet es una ayuda importante a la hora de estar en un país desconocido, si bien no es vital yo prefiero tenerlo de mi lado. Sabiendo esto, fui en busca de una simcard. Al preguntar en una tienda en el aeropuerto la dependiente me recomienda una que solo viene cargada con datos, no llamadas, no sms. Me parece buena idea, al fin y al cabo no tengo la intención de llamar a nadie dentro de China. El costo de la simcard es de 300 yuan (60 NZD o 40 euros) por 12 gb de internet. Precio excesivo pero es lo que hay.
Como en todo aeropuerto del tercer mundo, un mar de taxistas (legales e ilegales) ofrecen sus servicios. Yo, sabiendo que me van a embaucar cedo ante la presión, mas bien por el cansancio del viaje, lo avanzado de la noche y las ganas de llegar al hostal a descansar. Empieza el juego del regateo, ese que tanto gusta en Asia, le muestro la dirección del hostal, 160 yuan me dice, sigo caminando, el contraataca, !150 yuan!. Yo aún no me manejo con los precios en China pero si de algo estoy seguro es que ese viaje no vale mas de 80 Yuan, por lo que sigo caminando, ignorando sus llamados. Ok!, me grita, 120 yuan. Me gana por cansancio, los taxis oficiales están a 100 metros, pero esta batalla ya la había perdido antes de empezar.
Luego de ese golazo con que China me había recibido, por fin llego al hostal, un lugar bastante simple pero que cumple su función. Económico, limpio, bien ubicado, cerca del centro y movilización. No tiene el ambiente mas prendido del mundo pero tampoco es eso lo que yo busco. El primer día lo dejo para explorar la ciudad. Chengdu es una pujante mega ciudad de 14 millones de habitantes, casi la misma población de Chile. Me siento aún mas ignorante al no saber de ella antes de este viaje. También es reconocida mundialmente por albergar a los mayores centros de conservación del panda gigante en China. Mi nivel de autoflagelación llega a su punto más alto, ¿como un lugar así de grande he importante no lo tenía en mi mapa?. Bueno, al menos tendría la oportunidad de recorrerla, todos los días se aprende algo nuevo, esa sobre explotada frase ahora si que cobra sentido.
El hostal ofrece un tour al centro de conservación de los pandas por la módica suma de 110 yuan. Pero como yo no soy hombre de tours empiezo a averiguar como hacerlo por
cuenta propia y así ahorrarme unos yuanes que nunca están de más. La verdad es que moverse en China es muy fácil, incluso a pesar de la barrera del idioma. Para llegar
a este recinto solo hay que tomar un bus hasta el zoo, el cual cuesta 2 Yuan, luego tomar el bus 54 (2 yuan). La entrada al centro vale 56 yuan. Para volverse es la misma jugada pero al revés, obviamente. Sumando y restando, el paseíto vale 56 yuan la entrada mas 4 yuan ida y 4 yuan vuelta, lo cual da como resultado 64 yuan. Es decir, un ahorro de unos 40 yuan, además de la satisfacción de haberte movido en transporte publico en China por ti mismo. Hermoso.
Yendo al tema de los pandas, quienes me conocen saben que no soy partidario del lucro a costa de los animales. Nunca iría a tocar elefantes o tigres drogados a Tailandia por ejemplo para obtener una foto. Pero todos sabemos lo cerca de la extinción que estuvieron los pandas, y sin estos centros quizás ya no estarían sobre la faz de la tierra. Lo malo, a mi parecer, es la sobreexposición a la que son sometidos pero eso ya es tema de otro debate. Al menos ya prohibieron que los turistas paguen por sostener en brazos a los bebés panda. Esto debido a la muerte de un par debido a transmisión de infecciones por parte de los humanos.
*Dato: ir muy temprano, la mejor hora para llegar es apenas abren, 8:30 am. Yo terminé el recorrido a las 11 am y al salir un mar de chinos me esperaba. Agradecí tanto el no haber estado en medio de esa horrible fila que la sensación de triunfo fue incluso mayor.
Después de mi exitosa excursión a la tierra de kung fu Panda, sigo explorando la ciudad. El barrio tibetano es muy entretenido, mucha comida. Chengdu es reconocida en China por su exquisita gastronomía. Y la verdad es que tienen razón. Multitudes de Chinos visitan este lugar. Es en estas situaciones cuando uno llega a comprender el por qué les importa tan poco el turismo extranjero. Ellos se autoabastecen de turistas, son autosuficientes en este tema. No queda otra opción que aceptarlo y tomarlo como parte de la experiencia. Millones de turistas chinos mueven un negocio gigantesco. Esta multitud de turistas locales me han arruinado tantas fotos cruzándose por la cámara como yo se las he arruinado a ellos. No por venganza, sino como un esfuerzo de mi parte por adaptarme a su cultura…
El corazón de la ciudad es la Tianfu square, una enorme plaza custodiada por policías en todas sus esquinas, además de militares armados con amenazantes metralletas, esperando un acontecimiento que quizás nunca llegará. Pero ese ferreo control policial lo iba a vivir constantemente durante mi recorrido por el país. Si bien la plaza está custodiada por militares y policías, es la imponente estatua de Mao Zedong, de 30 metros, quien realmente vigila todos los movimientos en el lugar.
A un costado de la plaza se puede visitar el «parque del pueblo» o people»s park. Como llegué un fin de semana, he tenido la suerte de ir al parque un día domingo. Es cuando hay mayor movimiento, decenas de adultos mayores se dejan ver practicando bailes tradicionales en medio del parque, otros practicando caligrafía, o simplemente tomando té. A la entrada del parque se puede ver un monumento dedicado a los mártires de la guerra sino-japonesa. Al estar todo en chino, es difícil absorber toda la información que me gustaría. Sin duda hacer un esfuerzo por colocar las traducciones en ingles no estaría demás y ayudaría a sujetos perdidos en el mundo como yo.
Mi siguiente destino es la ciudad amurallada de Xian, como uno de los objetivos del viaje es no hacer ningún tramo por avión desde ahora, para alcanzarla debo tomar un tren que será toda una experiencia, pero eso será para la próxima ocasión.